Rezension zu:

STREMINGER, GERHARD. Gottes Güte und die Übel der Welt. Das Theodizeeproblem. Edit.: J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen 1992, pp. V+442, cm. 23 x 15. ISBN 3-16-145889-3 (brosch.). ISBN 3-16-145890-7 (Gewebe).

actualidad bibliográfica de filosofia y teologia
Ausgabe: 1994 Jg. 62, Seite 234-236

Podría parecer a algunos que el problema de la teodicea es un’ problema de siglos pasados, que ya no tiene demasiado que ver con el nuestro. Pero precisamente porque constituye un auténtico problema, al que la razón humana no acaba de encontrar nunca una respuesta, que le satisfaga del todo, el problema se presenta siempre de nuevo. El autor de la presente obra se ha propuesto enfrentarse con él. Pero quizá no lo hace tanto con la intención de ver si es posible solucionar el eterno problema de cómo conciliar la bondad y la sabiduría de Dios con el mal y el sufrimiento existentes en el mundo, sino más bien para llegar a la sorprendente conclusión de que el creador del mundo no es más que un ser cruel, sediento de sangre y, en este sentido, el ateísmo se convierte en una obligación moral. La obra de STREMINGER constituye una dura crítica al teísmo en general, así como al cristianismo en particular. La crítica se basa en la imposibilidad de solucionar las aporías del mal y el sufrimiento existentes en el mundo y su relación con Dios creador. La obra consta de cuatro partes. La primera, la introducción, expone el problema del sufrimiento y del mal: existe un sólo Dios todopoderoso, personal, creador del mundo; es la suma bondad; un ser todo bondad impediría o eliminaría el mal; sin embargo, el mal existe en el mundo y afecta a seres inocentes. Trata también del sufrimiento justificado y del injustificado así como del mal físico y moral, nociones todas ellas necesarias para comprender todo el alcance del problema. En la segunda parte, «aceptación de puentes», desarrolla las cuatro formas fundamentales de una teodicea basadas en: a) el perfecto orden de la naturaleza, b) la creación como una obra de arte armónica en sí misma c) el mal y el sufrimiento considerados como medios pedagógicos en el amplio marco de un justo orden moral, y d) todo lo negativo que encontramos en el mundo no es otra cosa que la inevitable cara, la moneda que hay que pagar, de la libertad humana. El autor demuestra la inconsistencia de estos cuatro planteamientos del problema de la teodicea. En su opinión, ninguno de ellos es aceptable. La tercera parte, «intentos de dar un rodeo al problema», analiza las diversas concepciones que intentan armonizar la bondad de Dios con el sufrimiento y el mal, dando un rodeo al problema, es decir, escamoteándolo. Así, por ejemplo, no es de recibo la sentencia que afirma que «no existe ningún mal, sino sólo una ausencia del bien». Examina seguidamente los siguientes capítulos: el Dios que sufre, el bien divino y el bien humano, la justicia equilibrados y compensadora en el más allá. Respecto a esto último, afirma que «la idea de una justicia compensatoria en el más allá resulta, es verdad, también atractiva para los filósofos, pero está vacía de contenido, e incluso, si no lo estuviera, no es más que puro deseo» (p. 317). No extraña que afinase que «a la imagen Iradicional de Dios no sólo le falta todo fundamento racional, sino que es incluso positivamente irracional» (p. 349). Con lo cual concuerda bien que, según di, «con Dios no existe ninguna moral racional» (p. 276). En la cuarta y última parte, titulada «Fe y razón», después de Haber demostrado una vez más la incompatibilidad de los atributos de Dios, la insuficiencia de los criterios para demostrar estos atributos y la indemostrabilidad de la existencia de Dios, ofrece el autor su propia visión del problema de la teodicea. Según él, la vida tiene su propio sentido en la misma existencia y no tiene ninguna necesidad de recurrir a un más allá de sí misma. El hombre puede enfrentarse al sufrimiento, que es inseparable de la existencia humana, intentando «aumentar las cosas positivas de la vida humana y disminuir las negativas, y aprender a gozar de lo que el mundo nos ofrece y a desprendernos de lo que nos quita» (P. 415). El autor recurre constantemente a las exigencias de la razón, a la fuerza de los argumentos, ya que para él no existe otro criterio de validez que la pura racionalidad. Los autores que más cita y en los que se inspira son SCHOPENHAUER, HUME, P.T. HOLBACH, B. RUSSEL, W. KAUFMANN y K. DESCHNER. En un epílogo de un par de páginas nos vuelve a recordar que «ya que la narración de un Dios justo y misericordioso es una pura fábula, deberíamos, preoc uparnos en buscar alternativas a los ritos teístas. Nuestras mejores imágenes deberían ser una alabanza de la vicia y una justificación de la transitoriedad» (p. 418). El autor recurre con frecuencia a la Biblia, pero la manera como la interpreta muestra un claro desconocimiento de los estudios bíblicos de los últimos tiempos, además de no tener el más mínimo sentido de la hermenéutica. Su concepción antropológica, en concreto su idea de la libertad, es más que discutible. Afirma que se puede admitir la libertad de acción, pero no la libertad de la voluntad. Considera un liberum arbitrium indifférentiae un puro mito, de ahí que, en la práctica, venga a sostener una especie de determinismo moderado. Su manera de entender la fe tiene bien poco que ver con lo que es la fe bíblica. Piensa que «la ceguera es la característica de la fe ‘rigurosa’, que se identifica con la fe del carbonero, la cual se pone de manifiesto en que nunca duda de lo que dice el párroco, si uno es católico, o lo que dice el pastor, si es protestante, o de lo que dice el ayatollah, si uno es musulmán» (p. 359). Así no extraña que la alternativa fe-razón se solucione a favor de esta última y, por consiguiente, el concepto de Dios, que encontramos en las religiones y en el teísmo, no se sostiene frente al tribunal de la razón. Como puede ver el lector, ni el teísmo, ni el cristianismo salen demasiado bien parados en la obra de STREMINGER. Lo mínimo que se puede decir acerca de su obra es que su aportación al problema de la teodicea deja las cosas tanto o más oscuras que antes, y que en lugar de luz más bien nos deja en la oscuridad.

J. Boada